Las ideas obsesivas limitan nuestra inteligencia
deliberadamente, porque queremos impedir el ingreso de ideas perturbadoras que
nos atemorizan.
A veces percibimos que
nuestros intentos por conseguir el dinero necesario para llevar una vida digna,
son sistemáticamente fallidos.
Esto es lo que caracteriza lo
que llamo «pobreza patológica», es decir, aquella pobreza que no se trata de una
decisión filosófica sino esta otra, la que acabo de describir en el párrafo
anterior.
No poder encontrar una salida es un fracaso sistemático, una incapacidad mental
totalmente inexplicable, si evaluamos otras áreas de nuestro intelecto.
Parecemos inteligentes, pero los resultados son propios de quienes no tienen
inteligencia.
Imaginen a un buen
comerciante, que conoce los gustos de la gente, que sabe comprar mercadería
noble para que sus clientes reciban el beneficio de no tener que lamentarse por
una mala calidad, defectos, ineficiencia, de lo que le compran.
Sin embargo, a la hora de
elegir un local para instalar su negocio, siempre opta por superficies
pequeñas, que no le permiten tener un stock abundante, no le permiten tener
variedad de productos similares. Lo que vende es bueno, pero suele padecer
desabastecimientos. Los clientes se molestan porque en muchas ocasiones él les
dice: «Ah, qué lástima, hasta la semana próxima no tendré ese producto que
usted necesita!»
Si bien él está tranquilo porque con las ganancias siempre puede pagar
el pequeño alquiler del pequeño local, el total de las ganancias es pobre pues
se pierde muchas ventas por falta de lugar para tener más mercadería.
Ahora le cambio de tema, pero no demasiado...
Cuando tenemos miedo de albergar ciertos pensamientos, por ejemplo los
referidos a nuestra homosexualidad latente, tratamos de ocupar (saturar,
rellenar, atiborrar) nuestra mente con ideas fijas, tales como la obsesión por
no comprometernos a pagar un alquiler elevado por un local adecuado.
(Este es el Artículo Nº 1.989)
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