jueves, 5 de septiembre de 2013

La dinámica social de los lamentos

 
Comparto algunas hipótesis de por qué algunos se lamentan, para que otros los aconsejen, inmediatamente descalificarlos y sentirse triunfadores.

Es frecuente observar a nuestros conocidos, cuando dicen que tendrían ganas de esto o de lo otro, enfrentarse a los consejeros diciendo que, si no hacen algo para evitar aquello de lo que se están quejando,  es porque no tienen dinero, o no tienen tiempo, o padecen alguna causa de salud, propia o ajena, que les impide resolver los problemas que los apesadumbran.

Por ejemplo:

— Debería haber estudiado para abogado, que es lo que siempre me gustó—, se lamenta uno, a lo que el interlocutor le responde:

— ¡¿Cómo?!, si apenas tienes 30 años, ¡estás a tiempo!—, en un tono de voz que habla de su convicción incuestionable. Entonces el quejoso zafa de la solución obvia, replicando:

— Tengo que cuidar a mi madre anciana; o: en casa somos muchos y el dinero no alcanza; o: trabajo 8 horas diarias, más dos horas de viaje para ir y venir..., imposible, el día tiene 24 horas. No tengo tiempo.

Todo es muy razonable, pero acá ocurren algunas cosas que pueden ser dignas de mención:

1) El lamento excita, irrita, moviliza al interlocutor. Lo angustia. Le produce una necesidad impostergable de ayudar al quejoso. Si no lo hiciera se autoincriminaría por omisión de asistencia;

2) El quejoso no quiere estudiar abogacía, simplemente está soñando con otra realidad, así como en un día de calor alguien puede soñar con una cerveza helada;

3) Seguramente, quien aconseja cree que «querer es poder» y no puede evitar aplicar esta fórmula mágica en toda ocasión, sobre todo para poder seguir creyendo en ella, a pesar de que, en los hechos, nunca le dio resultado;

4) Al descalificar fácilmente las recomendaciones del consejero, el quejoso disfruta sintiéndose triunfador.

(Este es el Artículo Nº 1.993)


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno su artículo, muchas gracias por su gran trabajo en este blog! Teresa